El término “estrés” fue utilizado por primera vez por Hans Hugo Bruno Selye, en 1936. El estrés es «la chispa de la vida”, que moviliza o activa el organismo empujándolo para que pase a la acción. Tanto el estrés positivo como el negativo recurren a la energía adaptativa del organismo.
Hans Selye en 1950 publicó su investigación más famosa, «El estrés», un estudio sobre la ansiedad. Descubrió que sus pacientes padecían trastornos físicos que no eran causados directamente por su enfermedad o condición médica. Observó que pacientes con enfermedades dispares manifestaban síntomas similares, los cuales podían ser atribuidos a los esfuerzos que realiza el organismo para responder al estrés producido por el padecimiento de la enfermedad. Él llamó a este conjunto de síntomas síndrome de estrés, o “Síndrome General de Adaptación”. El concepto de estrés pasó a resumir todo un cúmulo de síntomas psicofisiológicos.
El Mindfulness o atención plena tiene su origen en la palabra «sati», del idioma pali, cuya traducción libre es conciencia del momento presente. En la década de 1970, Jon Kabat-Zinn popularizó el término al crear el primer curso de reducción del estrés en la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts. El curso “Mindfulness-Based Stress Reduction” ayudaba a personas que sufrían de dolor crónico.
El titular de portada de la revista Time del 6 de junio de 1983 fue “Estrés, buscando curas para la ansiedad moderna”. El artículo que acompañaba la portada era “Stress: Can We Cope?”. Recogía que el coste laboral producido por el estrés ascendía a 750$ al año por cada trabajador. Desde entonces, lejos de encontrar una solución, el problema sigue en aumento.
El estrés es la respuesta de emergencia ante una situación de peligro, cuyas opciones de desmayarse y pasar por muerto, luchar o huir; han quedado desfasada. Son respuestas inútiles a la presión laboral y tensión social actual. Cuando nuestra reacción biológica y psicológica al estrés causada por el entorno laboral es la misma que la de un hombre de las cavernas atacado por un depredador, surgen los problemas. Para nuestros antepasados el estrés tenía lugar de manera puntual, en la sociedad moderna la presión psicológica es constante. Desconocer como gestionar el estrés o la falta de resiliencia puede degenerar en estrés crónico. Es la principal causa del síndrome de desgaste profesional, coloquialmente conocido por burnout, o estar quemado.
Afirmar estar estresados es algo cotidiano, pero la línea divisoria entre estrés y productividad es cuanto menos nebulosa. Autoconvencerse de que estar estresados constantemente equivale a una alta productividad, es el primer grave error. Empírica y científicamente está demostrado que el estrés sostenido conduce a un descenso radical de la calidad del trabajo. Terminar aceptando el estrés persistente como algo insuperable y cotidiano es el segundo grave error. Errores que pagamos en detrimento de nuestra salud y calidad de vida.
Los humanos tenemos una capacidad robusta para soportar una dosis masiva de estrés agudo puntual, pero sucumbimos cuando este se vuelve crónico. La tensión psicológica constante por sí misma, causa cambios hormonales capaces de provocar problemas fisiológicos y debilitar las defensas. Al contrario, provocar estrés puntual reteniendo la respiración o apneas, un chapuzón en agua helada, realizar un sprint o solventar un reto cognitivo; aumentan las defensas incluso activa los mecanismos de reparación celular del cuerpo.
“Hemos evolucionado para hacer frente a episodios estresantes, tanto psíquicos como físicos. Breves momentos de estrés, incluso intenso, son estímulos que provocan una respuesta biológica positiva.”
El estrés se siente y se manifiesta creando sensación de malestar. Ejerce una presión que nos insta a través de su presencia a reducirlo. Al igual que con la depresión, ansiedad y el dolor físico, su función es captar nuestra atención, alertando de la presencia de un problema. Identificar y etiquetar los pensamientos asociados con episodios estresantes, nos permiten gestionar el estrés de manera efectiva.
Las reacciones fisiológicas ante una buena o mala noticia son prácticamente idénticas, pero las malas noticias son más persistentes incluso pueden volverse obsesivas en nuestra mente. El estrés por sí solo no es el causante del malestar. Es nuestra reacción ante el estrés y la manera que tenemos de gestionarlo la causa del malestar, incluso su mala gestión puede provocar que se vuelva crónico. Nuestra percepción y la interpretación que hacemos de los episodios estresantes afectan a nuestra salud, mucho más que el estrés mismo.
Hay buenas razones para aprender a gestionar el estrés. Saber que breves episodios controlados estimulan el sistema inmunológico, aumentan el rendimiento, ponen en funcionamiento mecanismos de reparación celular, nos hace más sociables, mejora el aprendizaje y la memoria. Estos deberían de ser argumentos suficientes para motivarnos y aprender a gestionar el estrés.
Debemos abandonar la idea de vivir una vida libre de estrés y aceptar que es una herencia de la evolución y que conforma nuestra naturaleza humana. El estrés simplemente nos indica que debemos tener predisposición para tomar una decisión o realizar una acción con respecto a algo importante. Una buena gestión del estrés requiere adueñarse y aprender a ser soberanos de la situación. Identificar, etiquetar y aceptar el estrés nos permite controlarlo, incluso gestionarlo en beneficio propio.
“Nuestras emociones son la suma de los pensamientos que se suceden en el momento y las sensaciones corporales que se generan a partir de los estímulos que percibimos a través de los sentidos.”
Observar las sensaciones que produce el estrés en el cuerpo y reflexionar sobre la asociación de pensamientos, nos ayuda a controlar el estrés. Se trata de cambiar la percepción negativa de estar bajo estrés por la positiva de emocionados o incluso excitados; por estar ante la oportunidad de resolver un reto o alcanzar una meta. Consiste en cambiar la perspectiva y manera de pensar de peligro o pánico por oportunidad. Cambiar la afirmación de estar nerviosos por emocionados, incluso excitados incrementa la nota de un examen en un 22% o nos hace como oradores un 17% más convincentes.
No todos los episodios estresantes son necesariamente controlables. Hay situaciones como la pérdida de un ser querido que nos sobrepasan e intentar contralar las emociones puede ser incluso contraproducente. Natural es que nos afecten de manera persistente y requieren de un tiempo de duelo. Sin embargo, comprender la respuesta al estrés y su gestión nos ayuda a sobrellevar mejor desafíos inevitables y duros, pero que son parte de la vida.
El cerebro da forma a la personalidad, carácter, creatividad y buen juicio. El coeficiente intelectual y emocional, incluso nuestra prosperidad social; dependen del buen funcionamiento del cerebro y estado mental. Obesidad y el estrés crónico dañan nuestro cerebro de la misma manera que lo hace el alcohol y los pensamientos negativos repetitivos. Aunque unas son factores de origen físico y los otros psíquico, tienen un impacto demoledor similar. Provocan tanto una reducción de tamaño, como de la capacidad de desempeño del cerebro.
“Cuando el cerebro humano rinde al máximo, actuamos en los límites de lo que aparentemente es imposible de alcanzar.”
Es importante identificar que estamos estresados y que nuestras decisiones pueden estar coaccionadas por el estrés y los cambios biológicos que provoca. Somos más propensos a tomar decisiones irracionales cuando nos domina el estrés, en especial si viene precedido de una etapa de tensión psicológica persistente. Asumimos mayores riesgos cuando sentimos, dolor, hambre o cansancio dando lugar a decisiones impulsivas que nos parecen acertadas en el momento. Son momentos en los que todo se reduce a “sí” o “no” al igual que respondemos ante una amenaza real eminente con las opciones de luchar o huir. La respuesta al estrés eleva los niveles de neuroquímicos como la noradrenalina y cortisol alterando el equilibrio hormonal. En consecuencia, la velocidad en la toma de decisiones aumenta a cambio de, supresión de razonar una decisión en un momento crítico.
El estrés que provoca enfrentar voluntariamente un desafío ayuda a reconectar el cerebro de manera positiva, constituyendo redes neuronales más sólidas. Incluso el estrés físico provocado por el ejercicio provoca un fuerte aumento de la neurogénesis en el giro dentado del hipocampo. El estrés provocado por una exposición al frío tiene efectos protectores contra lesiones cerebrales traumáticas y enfermedades neurodegenerativas. Por el contrario, el estrés crónico reduce paulatinamente la corteza prefrontal, área donde se ubica la memoria y el aprendizaje. El tamaño de la amígdala aumenta dando lugar a un incremento de los trastornos del estado de ánimo y ansiedad. Incluso hay indicios por los cuales el estrés social sostenido, afecta el tiempo de supervivencia de las neuronas.
Otra reacción importante es el de la glándula pituitaria que libera oxitocina como respuesta frente al estrés. Un antiinflamatorio natural, que ayuda al cuerpo a mantenerse relajado y estimula la regeneración del tejido cardíaco fortaleciendo el corazón. La oxitocina es la hormona de la conexión social, dado que estimula nuestros instintos sociales y en un marco de confianza; fortalece los vínculos. Desde un punto evolutivo esto tiene sentido ya que debíamos confiar en los otros miembros del clan para hacer frente a un enemigo o abatir una presa. Equipos de personas bien integrados, no solo responden mejor a las situaciones de tensión, pánico o incertidumbre; simplemente se benefician del estrés como facilitador de una mayor cohesión y resiliencia. Nuestra manera de pensar y de actuar a nivel social puede mitigar, incluso eliminar el riesgo de padecer una enfermedad coronaria por causa del estrés
El estrés crónico está relacionado o es uno de los principales contribuyentes, ya sea directa o indirectamente de cardiopatías coronarias, cáncer, enfermedades pulmonares, lesiones accidentales, cirrosis hepática y el suicidio. No es sorprendente que ya en la década de los 80 fuera una de las seis principales causas de muerte en los EE. UU. El estrés también juega un papel importante en el agravamiento de condiciones de tan diversa índole como la esclerosis múltiple, la diabetes, el herpes genital e incluso la boca de trinchera. Sorprendentemente los efectos del estrés crónico tienen poca difusión. Es un tema tabú que la mayoría de las personas que los sufren, lo padecen en silencio. Evitar que el estrés crónico derive en ansiedad o trastorno de depresión precisa prevención, nadie está libre de sufrir un episodio de pánico o de depresión, incluso de que estas se vuelvan crónicas.
Por cada euro invertido en la gestión de estrés, las corporaciones ahorran y recuperan de cinco a seis euros, por la reducción del absentismo laboral, aumento de la productividad y una mejor imagen corporativa.