Vaciar, descongelar y limpiar un frigorífico contribuye a su buen funcionamiento además de prolongar su vida útil. Escarcha, moho y alimentos deteriorados minan el propósito de mantener frescos los nuevos alimentos que añadimos a su interior. De la misma manera nuestro organismo precisa de ser depurado para su longevidad, óptimo funcionamiento y el aprovechamiento máximo de nuevos nutrientes. Limpiar el cuerpo para fomentar la recuperación e incluso la sanación, es parte de la sabiduría de vivir; que de forma intuitiva ya practicaban nuestros ancestros. Un legado de pautas de alimentación y ayunos, que generalmente han llegado hasta nuestros días asociados a los cánones de las religiones.
Imaginemos que nuestro cuerpo es un frigorífico provisto de una zona separada de nevera, más un enorme congelador. La zona de nevera al igual que nuestro hígado únicamente almacena formas de energía de fácil y rápido acceso; el glucógeno. Mientras que la zona de congelador al igual que el tejido adiposo almacena una reserva de energía densa, de más difícil y lento acceso diseñada para momentos de escasez, la grasa. Una vez que el hígado está lleno, toda la demás energía que ingerimos se empieza a almacenar en el tejido adiposo; esta es una de las razones por las que engordamos cuando comemos en exceso. El problema se agrava dado que la capacidad de almacenamiento del hígado es limitada, mientras que la del tejido adiposo es prácticamente ilimitada. Cuando nos privamos de alimento nuestro organismo recurre preferiblemente al hígado en busca de energía y este tarda en vaciarse entre 12 a 24 horas. Esta es la razón por la cual, si queremos quemar grasa y eliminar las toxinas que en ella se almacenan, el intervalo óptimo entre comidas debe de ser superior a 16 horas.
“Aprender los mecanismos que nos permiten gestionar nuestro cuerpo y aplicarlos, aumenta la expectativa de vida y la probabilidad de vivir libre de enfermedad”
Nuestro cuerpo está diseñado para el movimiento. Por tanto, realizar ejercicio y respirar correctamente; es parte de la ecuación de un equilibrio perfecto. Carbono, hidrógeno y oxígeno o “C55H10406” es la composición típica de una molécula de grasa corporal. Materia que, para ser transformada en energía, precisa de oxígeno, en un proceso similar al de un motor de combustión. La metabolización de grasa en energía produce dióxido de carbono que es exhalado a través de la respiración “(C55H10406 + 7802) x (Bioquímica) = 55C02 + 52H2O”. Cada kilo de grasa corporal que quemamos se metaboliza en 840 gramos de dióxido de carbono y 160 gramos en agua. En términos prácticos 1 kilogramo de grasa corporal almacena 7.700 calorías, que es energía suficiente para recorrer una distancia de aproximadamente 100 kilómetros.
Entender cómo funciona la biología de nuestro organismo es quizás hoy mucho más relevante, pues es evidente que algo ha cambiado dado el aumento de alergias, desequilibrios hormonales y obesidad. Muchas personas tienen problemas para conciliar el sueño, sufren de migrañas o simplemente se sienten abatidas. Cuando estamos demasiado ocupados buscando recuperar el bienestar fisiológico, es complejo rendir al máximo y llenar de sentido o con un propósito nuestra vida.
Aparte del deterioro medioambiental, la comida se ha convertido en un producto industrial más, muchas veces fabricado bajo la insidiosa premisa de crear adicción. Añaden azúcares, saborizantes artificiales y potenciadores del sabor que son adictivos. Los apetitosos colores de la comida procesada, incluso el amarillo brillante de las yemas de los huevos se obtiene de manera artificial. Además, se incorporan nocivos conservantes, elementos necesarios para preservar la comida con un aspecto apetitoso, por mucho más tiempo de lo que es natural. Es evidente que nada de esto es comida genuina, son productos, muchos de ellos tóxicos que contaminan y desestabilizan nuestra biología. Son causa del síndrome metabólico, que es una combinación de diabetes, hipertensión y obesidad. Provocan un aumento indeseado de los niveles de insulina o fomentan la disbiosis intestinal. Cuando nuestra flora bacteriana cambia nosotros también cambiamos, incluso nuestro carácter cambia, dado que somos organismos en simbiosis con nuestro microbiota. Cada vez más estudios neurocientíficos indican que nuestros cerebros también están influenciados por los miles de millones de microorganismos que habitan en nuestro cuerpo, incluso en el cerebro. La influencia de nuestro microbiota se extiende mucho más allá de nuestro intestino; afectando la percepción del mundo que nos rodea, llegando incluso a alterar el comportamiento.
“El objetivo de comer los nutrientes adecuados, en las cantidades e intervalos correctos, no es perder peso. Es conseguir restaurar nuestra bioquímica y metabolismo. Se trata de recuperar un equilibrio que engloba un peso saludable, reducción de las inflamaciones, niveles de energía óptimos, longevidad….”
Es importante evitar o reducir al máximo las comidas procesadas que son todo producto que sale de una fábrica y que se presenta envasado listo para su consumo, latas y conservas incluidas. Son productos distintos de los alimentos que podemos encontrar en su estado original en la naturaleza. Es evidente que nunca encontraremos en la naturaleza alimentos ultra procesados envasados como por ejemplo harinas combinadas con aceites vegetales refinados y azucares, incluso edulcorantes. Son combinaciones artificiales de alimentos que provocan efectos antinaturales en nuestro organismo. Los alimentos naturales sacian, al contrario, los alimentos procesados incitan a consumir más de lo necesario y fomentan así trastornos de la alimentación. Cuanto más procesado esta un alimento, mayor es el potencial que tiene de provocar inflamación en nuestro cuerpo, causante de enfermedades crónicas.
Los comportamientos compulsivos y las adicciones bloquean la corteza prefrontal del cerebro alterando la capacidad de reflexión, lógica y de toma de decisiones. El consumo desmesurado de alimentos es una forma más de adicción que como cualquier otra adicción responde a la expectativa de obtener una recompensa. Es la expectativa y no la recompensa en sí, la que estimulan la producción de dopamina o la hormona del placer y la felicidad. En vez de por ejemplo hacer ejercicio o plantearse un nuevo reto, muchas personas prefiere recurrir a los antojos como alternativa para obtener la dosis de dopamina que sus cerebros precisan. Cuanto más a menudo se repite este ciclo de deseo y recompensa, más fuerte se vuelve el vínculo con la comida y mayor es la cantidad de antojos necesarios para lograr un estado de satisfacción. Paulatinamente la descarga de dopamina que proporciona cada estímulo disminuye, esto se agrava dado que los picos de adrenalina son sucedidos por valles de dolor, frustración y desasosiego. La manera más eficaz de romper el círculo vicioso es el ayuno que podemos acompañar y reforzar con la práctica de ejercicio, baños de agua helada o duchas frías. Actividades que pueden incrementar los niveles de dopamina hasta en un 200%, similar al pico de dopamina que produce el consumo de cocaína.
Comer constantemente y sobre todo sí ingerimos los alimentos equivocados es una de las razones por la que nos podemos sentir fatigados. Situación que se ve agravada debido a que los alimentos que ingerimos influyen y alteran el patrón del sueño. La alteración del sueño fomenta la obesidad, provocando un círculo vicioso de sobrepeso y falta de sueño que se retroalimenta. Nuestro cuerpo intenta compensar la falta de energía provocada por un déficit de sueño con una mayor ingesta de nutrientes y para ello aumenta la sensación de apetito. Un consumo elevado de azúcar, grasas saturadas y carbohidratos procesados provoca que nuestro sueño profundo se pueda ver alterado por constantes interrupciones. Nuestro cerebro y el intestino delgado se regeneran durante la etapa del sueño, razón por la que es importante dormir de manera saludable de 6 a 8 horas.
Somos lo que comemos, luego deberíamos de prestar mucha más atención a los alimentos que elegimos y al por qué los comemos. Cuando de nuestra dieta se trata prestamos demasiada atención, a las redes sociales, la opinión de amigos y familiares, cualquier artículo que cae en nuestras manos. Pero seamos honestos: ¿buscamos información que nos reafirme en nuestros malos hábitos? como, por ejemplo: “estos son los alimentos que los médicos siempre comen”. Quizás la auténtica razón por la que aceptamos la invitación es, poder seguir haciendo exactamente lo mismo, para ello tan solo necesitamos añadir una dosis extra de aquello que supuestamente comen los médicos, y nos curamos en salud. O por el contrario buscamos información, indagamos cual es la fuente, si hay otras voces de reconocido prestigio que argumentan en términos similares, utilizamos el sentido común y finalmente realizamos el cambio, seguros de sus beneficios.
¿Cuánta comida necesitamos al día? es una de esas preguntas que aparte de las famosas calorías por día, cada uno debe responder para sí mismo acorde con el metabolismo y necesidades según el estilo de vida elegido. Es importante observar que según la calidad del alimento el aporte energético y nutritivo es distinto, así por ejemplo 0,8 gramos de proteínas naturales de alta calidad por cada 2 cm de estatura al día son suficientes. Una persona de 1,8 metros de altura necesita un mínimo o tan solo 72 gramos de proteínas de alta calidad por día. Es muy probable que nuestra biología necesite un aporte de alimentos menor al de nuestras convicciones. Una vez que conseguimos sentirnos bien con nuestro cuerpo, debemos evitar los desequilibrios metabólicos y hormonales que provoca el efecto Yo-yo típico de las dietas, que pueden incluso llegar a ser irreversibles. Comer por necesidad es contrario a guiados por impulsos emocionales o malas costumbres. Porque es la hora de comer, comer sin hambre; es una mala idea. Igualmente es comer por gula, necesidad de motivación, aburrimiento, frustración y un lago etc. La pregunta que nos debemos hacer es simple: ¿domina el cuerpo la mente o nuestra mente ha asumido el control de una gestión eficiente del cuerpo?